«Siempre que se puede elegir, es preferible usar la ironía, en cuanto mayor grado de finura inteligible mejor, que el puro y básico sarcasmo.
Sin embargo, no es malo usar el sarcasmo, sino usarlo injustamente.
Dejando de lado la ofensa, que siempre en enjuiciable sólo subjetivamente y por ello no es medible fuera del que se siente ofendido –lo que para algunos puede ser ofensa para otros puede ser halago–, el mal trato que conlleva el sarcasmo sería inadecuado si no fuera para poner didácticamente en evidencia con pocas y contundentes palabras y en defensa propia una situación injusta que de no exponerse así consumiría injustamente mayor energía que la que el asunto requiriese justamente. Por lo tanto, sólo es malo el trato incómodo y duro que se aplica sin justicia.
De hecho, todos los países del mundo civilizado tienen reconocido en sus cartas magnas ese tipo de trato justo y corrector de la autoridad como un castigo acorde y coherente con un mal comportamiento –el mal trato de la cárcel no es agradable para nadie–. Por lo tanto, quien usa el sarcasmo como castigo didáctico lo usa no sólo en legítima defensa cuando es respuesta a un ataque previo sino que lo usa también con justifica y eficacia» [Agustín Barahona]
No hay nada más anacrónico y ridículo que un creyente en un mundo donde no hace falta ningún dios para explicar nada.
«Suele haber dos tipos de, por así llamarlos, creyentes: los místicos y los religiosos y sólo los últimos son peligrosos.
Los primeros actúan solos y adaptan constantemente los conocimientos científicos a su percepción de lo esencial incognoscido sabiendo que no es ni será nunca incognoscible por mucho que las limitaciones humanas de diversa índole dificulten su entendimiento; y los segundos son gregarios, reciben lo que la ciencia desmiente a la religión como un ataque personal y apenas lo único que en la vida hacen y que los caracteriza es decir amén a lo que unos manipuladores les digan que es la realidad porque se lo dijo dios mientras se emocionan por ese falso y artificial privilegio que les fabrican ad hoc sus propios charlatanes.» [Agustín Barahona]
«Escuchaba una conferencia expuesta por el genial dramaturgo Albert Boadella acerca del tema catalán por el que un numeroso público le pregunta con interés estos días tan revueltos. Me estaba emocionando progresivamente más y más al escucharle coincidir conmigo no sólo punto por punto en todo nuestro análisis sobre el malhadado fenómeno catalán, sino incluso en cuáles puntos de entre todos son los que son los absolutamente relevantes para caracterizar perfectamente la problemática de modo que en el presente o en el futuro cualquiera pueda comprenderla. ¡Hasta en los ejemplos didácticos que ponemos! :-O Y me emocionaba y sorprendía con creciente estupor porque, aunque siempre lo he respetado y seguido como actor y dramaturgo,… ¡en mi vida he hablado con Albert Boadella ni he seguido su pensamiento acerca del particular!
Parecía como mágico, no sólo por la particular forma de Boadella de contarlo todo, siempre con sanos toques humor adornando el relato –a veces porque lo que contaba era en sí mismo hilarante y a veces porque con un impecable savoir faire él sabía cómo presentarlo así a pesar de ser trágico–, sino porque me parecía excesiva tanta cantidad de coincidencias sin que nuestros pensamientos se hayan podido cruzar nunca… hasta que de repente me dí cuenta de que el fenómeno era muy otro.
¿Qué me estaba pasando?
Intentaré sintetizarlo 🙂
Todas las personas que necesitamos vivir exclusivamente de la realidad –para con justicia y eficiencia criticarla, defendernos de ella y mejorarla– tendemos tanto a documentarla muy crítica y exhaustivamente como a coincidir con el tiempo en nuestro análisis sobre la misma por el hecho tan simple de que la realidad es sólo una y las fantasías, las irrealidades fruto de la ignorancia o el extravío, sin embargo son múltiples y virtualmente infinitas. Por lo tanto, es elemental, ¡no tiene nada de meritorio o mágico el que dos personas coincidan en que 2+2 son cuatro, porque además es muy fácil de demostrar, como tampoco lo tiene el que quien se equivoque en el cálculo lo haga cada vez con un número distinto!
Pero debo decir, no obstante, que después de mi puntual y modesto descubrimiento y reflexión personal volví a concentrarme y seguí emocionándome con el relato inteligente y mordaz de Boadella. Y también, y aún más importante, debo decir que, sobre todo, descubrir que el fenómeno no era mágico no dejaba de hacerlo poéticamente encantador sin quitar ni un ápice a la sensación de alivio que te aporta el ver que, con los años y la pérdida de las ruidosas y a veces espesas nieblas de variada naturaleza que confunden el pensamiento, vas coincidiendo cada vez más y más con personas sensatas que pueden demostrar que lo son y cuya supervivencia depende de la sensatez de no negar jamás lo que es racionalmente innegable.» [Agustín Barahona]