«A aquellos que, poco familiarizados con el derecho, me leen les recomiendo que reparen en que, por muy extraño que parezca, si realmente fuera obligatorio cumplir la constitución el no cumplirla sería tipificado como delito en algún grado y tendría consecuencias legales inmediatas. Sin embargo, como llevamos comprobando años y años, la administración, el gobierno y multitud de instituciones del estado parecen poder incumplirla sin que les suceda absolutamente nada y sin que las propias fiscalías correspondientes actúen en ningún extremo, como si se hubieran convertido en zombis sociales ciegos, sordos, mudos y mancos; y, por lo tanto, inútiles.
Que conste que no me refiero sólo al caso actual del incumplimiento de la renovación de los órganos del Consejo del Poder Judicial, situación en la que cualquiera se da cuenta de que bastaría con que quienes no cumplieran con la constitución en cualquier punto pudieran ser procesados de inmediato como en cualquier otro delito y que tuvieran que ser condenados a las penas sancionadoras correspondientes además de a la imposibilidad inmediata para el ejercicio de todo cargo público. Sin embargo, por los hechos, todos podemos advertir que no existe tal delito o se estaría aplicando su tipo diariamente desde hace muchísimos años, insisto, no sólo en el caso de la renovación del CPJ, que por temor a la condena pertinente que hubiera podido existir jamás se habría bloqueado durante 4 años.
En resumen, estamos hablando de si en situaciones normales es inmediatamente obligatorio o no cumplir todos y cada uno de los puntos de cada artículo de nuestra constitución o de cualquier otra constitución del orbe occidental aquellos ciudadanos que estén regidos por ella.
Dentro de la cultura así llamada occidental, en el derecho local e internacional actuales hay algunas figuras como la objeción de conciencia y la denuncia de órdenes y normas manifiestamente en contra de normas superiores que permiten todas ellas la posibilidad de no cumplir una determinada norma hasta que, a instancia de parte por petición de interesado, dicha norma no haya sido revisada en su corrección, completura y aplicabilidad por la autoridad competente terminando su recorrido judicial completo, situaciones que hacen pensar que realmente no es obligatorio cumplir con la constitución en todo caso y de modo inmediato.
Y es que –y atención aquí, porque éste es el quid de toda la cuestión— si no existiese la posibilidad de refutar la valía o el derecho de una norma, o parte de ella, viviríamos en un mundo de robots ajenos completamente al derecho, a la inteligencia y a la razón, como si el ser humano ya lo supiera todo y todo lo que fabricase fuese automáticamente el summum de la perfección insuperable, además de que viviríamos también en un mundo incambiante, estático. Y nada más lejos de la realidad. Esto además de que, en no pocas ocasiones, en nuestra realidad actual el ciudadano de a pié puede disponer de una mayor cantidad y calidad de datos, formación y conocimientos que el propio legislador, por muy diversos motivos. Situación ésta que se da mucho más a menudo de lo que la gente cree, aunque no es el momento de entrar aquí en este otro tema que ya he esbozado en alguna que otra de las reflexiones en este blog.
Pero hay que poner en toda esta reflexión mucho cuidado, porque el que se pueda y se deba objetar la norma que uno informadamente considera injusta o inaplicable en alguna medida no quiere decir que uno siempre tenga la razón, precisamente por los mismos motivos que aduje antes de ser siempre todo manifiestamente mejorable y no ignorar todos las mismas cosas a la vez. Por eso todos debemos poder ejercer nuestro derecho de objeción y recurso evitando provisionalmente cumplir, por supuesto, lo que consideramos no ejecutable en razón a su falta de derecho –o estaríamos siendo deshonestos e incoherentes–, pero siempre que tras haber planteado la situación como denuncia y no habérsenos hecho caso emprendamos las acciones legales contra la norma, porque eso muestra que lo que queremos realmente es que se resuelva el conflicto y que somos responsables tanto para ayudar al legislador a enmendar el supuesto error como para cumplir la pena correspondiente si se dirime demostrativamente que no teníamos razón. Por eso el legislador tiene que esmerarse en generar leyes realmente lo más perfectas y justas posible y el ciudadano tiene que esmerarse en cumplirlas siempre que no le asista una muy razonable seguridad de que debe recurrirlas.
El problema es que en España ni el legislador parece tener estas pretensiones ni el ciudadano tiene la suficiente información a veces para saber cuáles son sus derechos y cómo debe actuarse ante lo que claramente es manifiestamente contrario a la legalidad vigente ni la administración y el ejecutivo tienen vountad de ser justos –a los hechos constantes me remito– ni el poder judicial tiene el valor de hacer lo que hay que hacer en el momento exacto en que hay que hacerlo y del modo correcto y, por tanto, justo. Y así no llegaremos muy lejos sin que antes nuestro estado de derecho termine por desintegrarse, con las graves consecuencias que esto conlleva.»
[Agustín Barahona]
«Mi respuesta corta es simple: porque para poder valorar algo con admiración uno tiene que poder estar en ese mismo camino aunque sea modestamente.
Es fácil para cualquiera admirar a un deportista porque la mayoría de las actividades que éste desarrolla han sido experimentadas en alguna medida por cada persona en el propio desarrollo educativo institucional e incluso en los juegos y actividades lúdicas desde la más tierna infancia. En cambio… ¿quién tiene la experiencia de saber lo increíblemente difícil que es tocar simplemente de un modo correcto audible un instrumento orquestal de cuerda frotada o de viento?, por poner alguno de los muchísimos ejemplos de pericias necesarias completamente distintas a las desarrolladas en los programas educativos habituales. ¿Quien tiene idea de lo inconcebiblemente plusquam-circense que es adquirir el virtuosismo instrumental en cualquier instrumento musical?
Todo esto por no hablar del analfabetismo cultural y científico de los propios políticos que deberían promocionar los correctos modelos educativos y que además de no saber en qué consiste esto son incapaces de reconocer su propia ineptitud.
Por eso quienes valoramos la música en su justa medida sólo podemos ser los músicos profesionales y las personas que, aunque no dedican su vida profesional a la música, se acercan a ésta para aprender a adquirir las destrezas necesarias con grandes profesionales y pedagogos para disfrutar activamente en su maravilloso mundo, pleno de beneficios en inteligencia y sensibilidad, objetivo en el que poquísimos centros educativos están haciendo maravillas, literalmente, a este respecto. Que afortunadamente los hay.
Pero si estos admirables esfuerzos no se institucionalizan pasando a formar parte de la experiencia y educación general común, no se podrá valorar la música y el instrumentismo en ella en su justa medida –hoy día más identificada, en el mejor de los casos, con la música popular, en lugar de con la excelencia musical como arte–, jamás habrá olimpiadas musicales como las había originalmente en la antigua Grecia a la par que se desarrollaban los juegos olímpicos, y ningún músico vocacional con grandes dotes y talento podrá ya no sólo ser adecuadamente admirado y conducido por su precocidad cuando es muy joven, sino especialmente ser ayudado en su larguísima carrera por su propia nación. Algo que actualmente parece imposible por las dificultades recién mencionadas y varias otras de índole política en las que, de momento, no entraré aquí.»
[Agustín Barahona]
En este texto que sigue puede verse con claridad qué entiende equivocadamente el ciudadano medio por «debate» debido, originariamente, a la mala influencia de los medios de comunicación y a la consiguiente mala praxis diaria siguiendo el mal ejemplo y el caos conceptual.
En cuanto esta persona vió que había hecho pública su petición quedó claro que no pretendía realmente contrastar ideas para mejorar sus conocimientos, pues esto que sigue en formato de cita es lo que me respondió y detrás lo que yo le respondí.
«Estimado amigo, lamento mucho que no haya entendido usted nada de mi propuesta. Aunque tal vez haya sido yo quien no se ha explicado con la suficiente claridad. En cualquier caso le agradezco que me haya contestado. Un cordial saludo.»
Mi respuesta inmediata:
«Estimado Xxxxxxx, es porque he entendido completamente lo que usted ha dejado por escrito en su propuesta por lo que, precisamente, le he respondido lo que le he respondido. Pero comprendo –precisamente porque comprendo su propuesta–, que no quiera usted hacerlo en público y con ello tener la oportunidad de que más gente pueda ayudarle y que nuestra conversación pueda ayudar a otros. Un cordial saludo».
Esta persona, a pesar de lo que me dijo, siguió escribiéndome, lo que confirmó completamente lo que pensaba, añadiendo ahora que me doy cuenta de que tiene miedo a exponer sus ideas bajo su nombre, por lo cual no debe de estar muy seguro de ellas.
Copio su texto e intercaladamente mi respuesta.
«Buenos días Agustín. Presumo que debe usted ser joven vista su afición por debatir. Si relee mi primer mensaje vará que yo le proponía CONTRASTAR ideas, es decir DIALOGAR, buscar fortalezas y debilidades a las ideas y conocimientos, eso si enriquece.
«Se equivoca, amigo, de arriba a abajo. Lo de joven es relativo. Pero todo lo otro no lo es. Debatir es precisamente una forma de diálogo que sirve para contrastar las ideas siguiendo las reglas de la lógica y la capacidad de verificar lo aducido como hechos. Es básicamente lo que se hace o debería hacerse en cualquier sala de justicia, donde lo que se dirime es tan importante que requiere sine qua non de este método por su fidedignidad y eficacia en conseguir la verdad.»
El debate es confrontación, lucha.
«Dialogar para contrastar ideas es precisamente lo que es, luchar dialéctica, lógica y contrastivamente por ver cuál es la idea correcta a través de una serie de herramientas cuya eficacia tiene miles de años y nos han llevado al culmen de la civilización actual.»
En el debate cada cual busca que prevalezcan sus ideas, incluso aún si ve que está equivocado.
«Lamento que haya usted creído que debatía de ese modo cuando lo hacía. Lo que usted refiere es sólo conferenciar, no debatir. Eso es lo que usted hacía. Usted, por lo tanto, nunca ha debatido.»
En mis 71 años he visto cientos de debates de todo tipo, políticos, científicos, sociales, etc. Jamás en ninguno de ellos se ha dado el caso de que alguien cambiara de opinión, sino que cada cual sale diciendo que sus argumentos han sido los mejores.
«Eso que usted refiere no son debates sino monólogos erísticos o autopropagandísticos, como los que acostumbran a regalar los mal llamados «políticos», por ejemplo. Y disculpe, pero cuando dice «científicos» estoy seguro de que no ha visto nunca un debate real entre auténticos científicos.»
Si el debate lo hace usted en un foro público, donde junto a gente bien formada y educada, existen cantidad de fanáticos ignorantes, un debate en redes se convierte en un circo, donde no suelen faltar las descalificaciones y hasta insultos.
«Cualquiera de mis foros tiene garantizado un trato correcto conforme a las reglas de los debates –que, como usted sabe, presiden mi muro–. Nadie que actúe honesta y eficazmente –es decir, siguiendo las reglas de los debates– puede verse mal afectado en ningún extremo. Además, cualquier trol –es decir quien molesta por no ser honesto y no seguir las reglas de los debates– es expulsado de inmediato sin miramiento alguno, porque eso es precisamente lo que garantiza la calidad de los contenidos. No, amigo mío, parece que usted no ha participado nunca en un debate jurídico o en un debate científico y por eso cree que un debate es cualquier cosa a la que alguien sin la formación adecuada llame debate. Al parecer de-bate de béisbol, por lo que usted dice.»
No amigo mio, en esos debates nadie aprende, ya hice muchos en mi vida, ahora no me interesan, y mucho menos en el circo de las redes.
«No, no ha hecho ninguno, por lo que cuenta. Lógicamente en esos monólogos erísticos y propagandísticos de los que usted habla no se aprende nada más que la cantidad de atropellos a las reglas de los debates perpetran sus participantes.»
A mi edad tengo más intereés por aprender que cuando era joven y creía saberlo todo.
«Lamento este defecto que ha afeado su vida. Lo normal es ser consciente de que por mucho que se sepa nunca se acaba de saber, por lo cual lo que se sabe es infinitesimalmente poco. Yo siempre lo he pensado así de mí mismo.»
Ahora, como decía Descartes, dudo hasta de lo que realmente se.
«Pues es otro defecto que deslustra su biografía, lo siento, porque si realmente sabe una cosa y ésta está contrastada no debería usted dudar de ella sin motivo alguno. Eso es debilidad de pensamiento y, sobre todo, mucho miedo a equivocarse, lo cual es la actitud contraria de cualquier persona que realmente desee saber.»
Entiendo que le apasionen los debates, como también me ocurría a mi siendo más joven,
«Se equivoca de nuevo. No me apasionan, pero me parecen la única herramienta real para poder limar los errores de los conocimientos propios y reflexionar adecuadamente sobre los resultados, mejorando la perspectiva de todos los participantes. Sin debate –con uno mismo o con otros– no puede haber democracia ni, lo que es más importante, conocimiento real y convivencia.»
y aunque con la edad se pierden facultades, a veces se gana en sabiduría.
«Pues si usted ha ganado «sabiduría» ya me adelanta en mucho. Yo no puedo colgarme esas medallas en ninguna solapa, lo siento. No creo que en eso pueda ayudarle, si era lo que buscaba con dialogar conmigo.»
Reciba un cordial saludo y de nuevo le agradezco que me haya contestado. Buen fin de semana.
«Igualmente».
[Agustín Barahona]