«No es cierto que, como Paul Davies afirma erróneamente, toda la empresa científica esté construida sobre la suposición de la racionalidad de la naturaleza (1). De hecho nuestro propio concepto de racionalidad está construído desde la naturaleza misma desde los mismísimos primitivos psicológicos.
Davies muestra en su afirmación no haberse tomado el tiempo para reflexionar precisamente sobre el principal aspecto gnoseológico aquí, es decir, cómo hemos adquirido nuestra racionalidad, nuestras herramientas para medir el mundo, y que precisamente esas herramientas se han derivado del propio mundo, es decir,
1.- de nuestra observación de sus regularidades hasta llegar a procesos de inferencia, que llamamos racionales, extremadamente complejos, pero siempre basados en la experiencia segura de esas observaciones originales que substancian primigeniamente todo nuestro saber, y
2.- de nuestra necesidad de evolucionar cerebralmente dentro de los ceñidores y filtros creados por la propia selección natural.
Supongo que si nuestras herramientas para medir el mundo fueran de cartulina, por muy repleta que estuviera de complejísimos origamis papirofléxicos que sobre ella hubiéramos desarrollado, no nos asombraríamos de saber que el mundo estuviera hecho también de cartulina y que nuestras herramientas hubieran sido troqueladas a partir de él.
Por eso no es que el universo sea racional sino que
[Agustín Barahona]
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Nota 1: Davies, Paul, La mente de Dios, p. 162.
«Si realmente nos paramos a pensarlo muy despacio y tenemos en cuenta todo lo que hasta ahora conocemos no ya del universo, sino de cómo funciona la realidad, es muy difícil, si no imposible, poder contestar afirmativamente a la pregunta del título de esta entrada. Uno pensaría entonces lo que todo ser humano ha pensado cada vez que se ha enfrentado a este mismo problema: ¿y dónde queda entonces nuestra sensación de que en realidad somos libres?
Pensemos que cualquier combinación de elementos que fuera necesaria o esencial para que algo en concreto se produzca requiere exclusivamente de ese mismo número de elementos para que el efecto del sistema sea exactamente el mismo en su propia identidad. Y simultáneamente sabemos que hay cosas intrínsecamente imposibles.
Pero –podríamos contestarnos resistentemente a nosotros mismos– nuestra sensación de libertad no es sólo una sensación, sino que en la práctica diaria vemos que tenemos a nuestra disposición una aparentemente infinita gama de posibilidades para elegir, posibilidades que son precisamente las que nos dan esa sensación de que la libertad existe. Pero ése es precisamente el quid questionis, simplemente nos la dan porque no conocemos, o no tenemos en cuenta, que la gama de posibilidades para conseguir algo no es, ni puede ser nunca, infinita, precisamente por lo que decíamos en el párrafo anterior de esta reflexión.
Incluso aunque las posibilidades para cada posible consecución fueran muy grandes en número, del orden de 10 elevado a 100 –un uno seguido de cien ceros– estarían predeterminadas por tratarse de cosas que ya están en el universo, incluídas las regularidades que las gobiernan y que llamamos leyes, y por lo tanto, todas las posibles combinaciones, eficientes o no, ya estarían predeterminadas.
En consecuencia, nuestra sensación de libertad es sólo una ilusión producida por nuestra ignorancia de cuántas y cómo son las posibilidades reales para conseguir algo, y, a la vez, por nuestra ignorancia de cuáles son las únicas cosas posibles en nuestro universo. Todo ello está preconfigurado, prelimitado por las propias cualidades inherentes a la materia que constituyen sus propias regularidades y posibilidades de relación, las conozcamos todas o no, y, por tanto, amigos, me temo que nuestra realidad es determinista.
¿En dónde pues estaría la verdadera «libertad»? Precisamente en saber que el universo es determinista y en conocer todas sus posibilidades para formar y conformar las cosas, pudiendo dentro de estos caminos posibles predeterminados elegir el nuestro, incluso aunque sepamos que algo hace que esa posible elección esté igualmente predeterminada dentro de un conjunto posible de elecciones predeterminadas y cuya última selección puede haber sido realizada dependiendo de niveles de variaciones de elementos micrométricos de la realidad con influencia pertinente –teoría del caos– aparentemente inmedibles en estos momentos.
No existe ni puede existir ningún tipo de libertad, aparentemente ilusoria o no, sin un verdadero conocimiento de la realidad.»
[Agustín Barahona]
SIEMPRE ME HA PASADO COMO A LOS BANCOS, QUE A MENUDO «NO HE DADO CRÉDITO»
«Durante mi larga carrera en mi faceta de docente me he encontrado con todo tipo de actitudes inconcebibles por parte de alumnos, padres de alumnos, equipos directivos y personas con nómina de profesor. Estaba ahora guardando unos antiguos papeles –que al principio custodiaba en una carpeta llamada inicialmente «rarezas» y que con el tiempo fué convirtiéndose en simplemente «papeles del trabajo»– y he podido recordar algunos de esos episodios de difícil calificación.
Quizá uno de los que en su momento más perplejo me dejó fue cuando una madre de un alumno vino a decirme que mi razonada, paciente y estructurada docencia «violentaba la ignorancia de su hijo» [?] en lugar de «transicionarla poco a poco a lo correcto, a la verdad». Literalmente.
Cuando de inmediato le contesté que si lo que quería decirme es que no debía enseñar qué era lo correcto, sino alguna otra cosa intermedia, me respondió –visiblemente azarada y sorprendida por la única, logica y consecuente respuesta que podía ofrecerle–: «eso tiene que saberlo usted que es el profesor» [!!!].
Fue la primera vez que pude comprobar que realmente podía producirse tanta incoherencia junta en el discurso de una sola persona. Hasta entonces si me hubieran contado que esa posibilidad podía darse en una persona aparentemente formada no hubiera podido creérmelo. Lo peor fue que esta madre se me presentaba en la propia conversación a sí misma como «Doctora en Pedagogía» por una unversidad española, comprobando yo posteriormente que así estaba titulada [!!!]
Vivir para ver.»
[Agustín Barahona]