«No, no es cierto. Lo que sucede es que es el espacio intermedio el que crece, o más concretamente, las unidades mínimas del espacio a nivel subatómico.
Por eso es lógico que cuanto menos espacio haya entre nosotros y un objeto menos perceptible será ese crecimiento, porque menos unidades mínimas de espacio creciendo habrá; y cuanto más espacio haya entre un objeto y nosotros más crecientemente perceptible será ese crecimiento, porque más cantidad de unidades mínimas de espacio habrá entre medias creciendo, por lo que se dará la ilusión de que hay una mayor aceleración de crecimiento del espacio cuanto más espacio creciendo haya de por medio.
Pero entiendo que, por lógica, el espacio crece a la misma velocidad en todas partes, al respecto de esta explicación didáctica.» [Agustín Barahona]
De vez en cuando suelo observar que, en las redes sociales, alguien ya harto de estar harto, como decía Serrat en una conocida canción, no puede por menos que distribuir algún cuadro con fines correctivos para cosas que deberían haber sido bien aprendidas teniendo en cuenta que aprender la regla que está detrás no era tan difícil (¡caramba!, agregarían seguramente ellos, y con toda la razón).
Correcto. Pero un cuadro memorístico no resuelve nunca el problema. Sólo lo resuelve la comprensión del funcionamiento de tu propio idioma. De otro modo, la cantidad de cuadros como estos que habría que facilitar harían virtualmente imposible que la gente pudiera recordarlos todos. Por eso faltan y seguirán faltando por corregir, no obstante, una gran cantidad de incorrecciones que se escuchan todos los días en boca –y dedos– de pobre gente a la que no le enseñaron bien, incorrecciones que cada día que pasa son más numerosas debido a que otras personas con más suerte y conocimientos ya no se atreven a acometer el «acto de caridad» de corregirlas al prójimo equivocado o mal formado (el motivo del por qué de esto nos llevaría a otro asunto totalmente distinto de aquél con el que quería llamar la atención aquí, así que lo dejamos para otra ocasión quizá, aunque es verdad que también forma parte del problema).
Por poner sólo algunos ejemplos de lo abundante y largo que sería:
Al día preanterior no se lo llama antes de ayer*, sino «anteayer».
Sólo el verbo «hablar» –en todos sus sentidos intransitivos— rige siempre con la preposición «de» cuando se ha de expresar el tema de lo que se habla; sin embargo, el verbo transitivo «decir» jamás lleva la preposición «de» detrás para el mismo caso (es correcto decir «hablamos de ir a Madrid», pero con el verbo transitivo «decir» sería «dijimos que iríamos a Madrid» [recuérdese: Hablar_DE decir_QUE]).
Cuando se habla de la obligación de que algo sea de un determinado modo ha de decirse «debe ser» y cuando se habla de la probabilidad o inseguridad de que lo sea ha de decirse «debe de ser» [la probabilidad o inseguridad es la única que lleva el DE, justo al revés de lo que ya demasiada e inadecuada gente comienza a infestar por todas partes].
A la existencia de muchos «dequeístas» se intentó durante muchos años aplicar corrección sin explicar bien las reglas que estaban detrás y ahora una cantidad ingente de periodistas, por (mal) ejemplo, se han convertido en «queístas» vergonzantemente, ¡por tener miedo a ser dequeístas! La regla distintiva y resolutora de todos esos problemas de dequeísmo/queísmo es muy fácil. Cuando una oración subordinada de relativo es un sintagma nominal (es decir, en este caso ese tipo de secuencias de palabras que empiezan por «que» haciendo las veces de un sustantivo) permite el artículo determinado delante manteniendo sentido (por ejemplo, «que vengan es deseable» permite la construcción «el que vengan es deseable»), Pues bien, ese sintagma nominal (la posibilidad de colocarle un artículo determinado delante prueba que lo sea) puede en una oración ser sustituído por su correspondiente pronombre demostrativo neutro «esto/eso». Si nos damos cuenta, al hacerlo queda siempre claro si había que poner «de que» o sólo «que».
Por ejemplo, es correcto decir «nos cansamos de que Pepe viniera» y lo sabemos porque podemos sustituir «que Pepe viniera» por su correspondiente pronombre «eso/esto» manteniendo el sentido, o sea, «nos cansamos de esto», nunca nos cansamos esto*, por lo que sería incorrecto (queísta aquí) decir «nos cansamos que Pepe viniera; sin embargo, es correcto decir «aborrecemos que nos engañen» como lo prueba la correcta sustitución pronominal «aborrecemos esto», o decir «yo tenía miedo de que suspendieras», como lo prueba la sustitución pronominal «yo tenía miedo de esto» (yo tenía miedo esto* no tiene sentido). La sustitución pronominal es el modo más fácil de estar seguros de si debe o no debe usarse el «de» delante de esas construcciones. Así se lo he enseñado yo a mis alumnos cuando me han preguntado que cómo estar seguros.
El tema de las comas, fundamentalmente de naturaleza sintáctica -aunque hay gente que cree que sirven para enseñar cómo debe respirar el que lee–, daría de por sí para mucho. O el del loísmo, laísmo y leísmo. O el uso de barbarismos o de calcos de otros idiomas teniendo nuestra propia forma de expresar esos mismos significados, por no hablar de las nuevas interferencias que causan con la propia lengua. O el que se hayan cambiado recientemente reglas ortográficas de muy fácil memorización (por ejemplo, en los casos de tildes) por opciones discrecionales que causan más confusión a quienes no distinguen bien el funcionamiento interno de su propio idioma y por ello no disponen del criterio correcto para poder decidir.
En fin… como se vé, podríamos estar aquí días hablando de cómo convertir en cuadros de reglas estas cosas que quizá mucha gente no tuvo la suerte de que se las enseñaran bien. ¿Pero sería alguien capaz de aprendérselas todas como reglas aplicadas a todos los casos como se ve en el cuadro que preside esta reflexión? Lo dudo.
En general, es verdad que leer mucho de buenas editoriales permite tener una cierta seguridad mnemotécnica de cómo se escriben las cosas, porque esa lectura genera rutinas visuales(-sonoras) correctas en el lector. Lo que es peor de todo esto es que con la internet mucha de la gente que no habla correctamente está fijando visualmente para terceros en sus escritos en la red ese modo de hablar incorrecto, lo que produce que muchas personas, al pasar ante sus ojos todos los días cosas incorrectas, estén quedando envenenadas en esas malas costumbres.
Moraleja: lee muchos libros pero sólo los revisados por lingüistas. Y sobre todo, aprende gramática, no te aprendas reglas sin más para pretender manejar bien tu idioma: compréndelo, escudriña su funcionamiento y no te quedes nunca sin saber por qué las cosas son de un modo y no de otro, eso es lo que te dará dominio sobre el mismo. Al fin y al cabo, eso es precisamente lo que haces cuando aprendes un nuevo idioma, comprender estructuras y resolver porqués. Si tuvieras que aprenderte de memoria todas las oraciones, frases y formas correctas posibles en ese nuevo idioma como reglas para poder manejarlo nunca terminarías de poder hablarlo.» [Agustín Barahona]
Este sería un debate que estaría especialmente dedicado a deístas y panteístas:
¿POR QUÉ LO LLAMAN «DIOS» SI A LO QUE SE REFIEREN PRESUNTAMENTE ES A «LA REALIDAD»?
«Si el antiguo término «dios» se refiere en todas las lenguas a un concepto muy concreto con una serie de atributos que en absoluto coinciden con los de la realidad ultérrima que, pragmática, coherente, cohesionada y consistentemente, intentamos reestructurar y reconfigurar a través de la percepción de nuestros sentidos y medios de comprensión no tiene sentido alguno intentar forzar a martillazos ese antiguo término referente a unas ideas muy primitivas totalmente desasistidas de nuestro actual conocimiento cuando fueron fraguadas. Es siempre mejor un término más neutro como «Realidad» –lo que es real, lo que existe auténticamente– que puede ser dotado de un significado siempre acorde con los conocimientos que de ella se tengan en cada época. Máxime porque lo que parecen querer connotar los deístas y panteístas con la obsoleta expresión «dios» es precisamente aquello que la realidad es en sí misma bajo la forma en que la percibimos como universo y no el significado que realmente tiene la palabra «dios», por lo cual pretender insistir en dicho significado anacrónico es un completo y craso error.
En este sentido, conviene recordar algo de lo que ya he escrito en varias ocasiones: no es lo mismo la verdad que la realidad. Lógico-matemáticamente hablando, la realidad es un objeto –es de hecho el todo, la completitud de lo que existe como una sola entidad– y la verdad es una función, tan gradual como el medio permite, dependiente de nuestro conocimiento de esa realidad; verdad que puede llegar a ser absoluta si, y sólo si, nuestro conocimiento de la realidad también lo es. Insisto en que siempre me he planteado que si el desarrollo gnoseológico y de nuestras herramientas mentales está mucho más avanzado que el de, por ejemplo, los griegos antiguos, por qué habríamos de seguir intentando usar de aquellos conceptos propios de un estadio inferior de conocimiento de la realidad para referir la totalidad del Cosmos —lo que siempre ha sido, es y será— en lugar de usar los que son propios de nuestro avanzado estado de conocimientos.
Por eso, y por muchas otras cosas más que no vienen al caso de esta pequeña reflexión, no tiene sentido alguno que o bien los autodenominados deístas o bien los panteístas pretendan seguir usando de un término como «dios» que, con toda evidencia, no es realmente de lo que dicen estar hablando cuando intentan explicártelo, porque en nuestros días ya sabemos que es palmariamente improbable que sea verdad que lo que los antiguos, cada uno en su propio idioma y cultura, referían por «un dios» exista.» [Agustín Barahona]