«Tristemente, en el mejor de los casos, la única explicación plausible es que las (ir)responsables de dichas carteras y todos sus asesores, así como las personas que compartieron públicamente la misma infundamentada opinión que estas dos señoras, son personas no ya sin la preparación necesaria para ostentar dicho cargo, sino sin el mobiliario mental mínimo necesario para reconocer cuándo lo que alguien te dice es verdad, es decir, cuándo no puede ser negado racionalmente. En resumen, que las ministras –y sus séquitos de asesores al completo– son unas ineptas para sus respectivos cargos.
Para poder gobernar un país hace falta algo más que una supuesta preasumida buena voluntad y ser mayor de edad. Hace falta ser honestos, eficaces y justos. Y no se puede ser justo y honesto si no se es a la vez eficaz y, para ello, persona necesariamente preparada a nivel lógico y con conocimiento demostrable de cómo funciona realmente el mundo. Ser negacionistas gratuítos de lo obvio y lo lógico es tan peligroso como ser negacionistas de que la Tierra es un esferoide.
Verdaderamente, a muchas de las gentes que actualmente están en el mundo metidas a fingir que son políticos les falta más de un hervor.»
[Agustín Barahona]
«No es cierto que, como Paul Davies afirma erróneamente, toda la empresa científica esté construida sobre la suposición de la racionalidad de la naturaleza (1). De hecho nuestro propio concepto de racionalidad está construído desde la naturaleza misma desde los mismísimos primitivos psicológicos.
Davies muestra en su afirmación no haberse tomado el tiempo para reflexionar precisamente sobre el principal aspecto gnoseológico aquí, es decir, cómo hemos adquirido nuestra racionalidad, nuestras herramientas para medir el mundo, y que precisamente esas herramientas se han derivado del propio mundo, es decir,
1.- de nuestra observación de sus regularidades hasta llegar a procesos de inferencia, que llamamos racionales, extremadamente complejos, pero siempre basados en la experiencia segura de esas observaciones originales que substancian primigeniamente todo nuestro saber, y
2.- de nuestra necesidad de evolucionar cerebralmente dentro de los ceñidores y filtros creados por la propia selección natural.
Supongo que si nuestras herramientas para medir el mundo fueran de cartulina, por muy repleta que estuviera de complejísimos origamis papirofléxicos que sobre ella hubiéramos desarrollado, no nos asombraríamos de saber que el mundo estuviera hecho también de cartulina y que nuestras herramientas hubieran sido troqueladas a partir de él.
Por eso no es que el universo sea racional sino que
[Agustín Barahona]
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Nota 1: Davies, Paul, La mente de Dios, p. 162.