«En la creación artística, como en el resto de las facetas humanas, no se debe buscar lo original, sino lo eficaz. Además, lo eficaz es siempre original pero non viceversa» [Agustín Barahona]
«No, en absoluto. Son tres cosas tan diferentes como tres colores distintos, aunque habitual e históricamente han solido mezclarse en diversas proporciones: los dos primeros en porcentajes muy amplios, hasta a veces confundirse, y los dos últimos en tasa extremadamente exigua y, por ello, muy llamativa cuando se ha dado.
En origen, una cosa es la espiritualidad, es decir, la esencialidad, relacionada con la voluntad existencial de estar en contacto con el conocimiento cierto de lo que son las cosas en sí mismas de un modo que podríamos llamar etimológicamente autópsico; otra cosa es la mística, es decir, la emotividad que representa a la necesidad de conexión profunda con dicha esencialidad interna y los intensos sentimientos e imágenes asociados; y otra muy distinta es la religiosidad, es decir, la supuesta socialización reiterativa de una relación que nadie ha demostrado jamás que exista con un ente llamado divinidad cuya existencia tampoco nadie ha probado nunca.
Por otra parte, y para mayor aclaración, la religiosidad nada tiene que ver con la mística etimológica, algo así como interioridad oculta, en su sentido trascendente. Es posible que algún religioso pueda a la vez ser místico pero no necesariamente todo místico es religioso. La mística nada tiene que ver con la socialización de la creencia en una doctrina irracional a través de ritos, que es a fin de cuentas lo mínima y exclusivamente distintivo de una religión. La mística es entendida por quienes la viven como un modo emocional de percibir la realidad a manera de una suerte de revelación extática de su esencia ultérrima, por intentar explicarlo de algún modo –los místicos dicen que no se puede explicar–. Debido a la mayor ignorancia reinante, en la antigüedad este modo emocional de una especie de trance extático trascendental era asociado invariablemente con las religiones como supuestas despertadoras de esa capacidad o como aglutinante de quienes ya la poseían, pero en nuestros días sabemos que ambas cosas nada tienen que ver, ni siquiera en su concepto identificativo. Es más fácil que el cerebro de un artista pueda acercarse a la mística de modo natural que el de un religioso.» [Agustín Barahona]