«Son los lingüistas quienes deben siempre dar nombre correcto a las cosas en colaboración con los especialistas sobre la cosa en sí misma.
Los nombres no deben nunca improvisarse, por muy didácticas que crean ser dichas improvisaciones, porque después quedan, y con ellas queda la confusión de lo que realmente refieren, y muchísimas –demasiadas– veces es a costa de dejar de referir lo que deberían referir.
Por ejemplo, es un error llamar al ADN un código porque se trata claramente de una patronificación, realidad que nada tiene que ver con las operaciones de codificación ni con el propio concepto de código en sí mismo. »[Agustín Barahona]
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