«En un país donde la iniciativa popular ni siquiera puede crear, vetar o cambiar normas porque ***es potestativo del Presidente de Gobierno hacer o no hacer caso a la iniciativa popular*** se puede decir sin temor a equivocarse que se vive bajo un teatro de guiñol, porque el pueblo no tiene opción alguna para participar en la vida política ya que tampoco existe contrato electoral vinculante, por lo que no se pueden usar las elecciones para poder cambiar las normas, ya que el partido ganador no está obligado tampoco a hacerlo.
El sistema es maquiavélico.
Cuando era adolescente y le preguntaba por estas cosas a mis profesores de ética no entendía por qué se ponían colorados y cada vez me decían una cosa distinta, a cual menos relacionada con mi pregunta. Pero era obvio por qué: ya me daba cuenta de las falacias contenidas en el sistema, aunque yo pensaba que las incongruencias que detectaba eran sólo fruto de mi desconocimiento del tema y que con el tiempo y mis preguntas a mis profesores se irían resolviendo mis dudas.
Me equivocaba, ya entonces lo veía claro y mis profesores veían que lo veía claro aunque parece que no se animaban a decírmelo. Necesitamos, como agua de mayo, una nueva constitución moderna y justa» [Agustín Barahona]
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