La gran hazaña de George Pehlivanian
No ocurre todos los días. El director de orquesta libanés afincado en París George Pehlivanian recibió el viernes a primera hora de la mañana una llamada de su agente para informarle de que esa misma tarde debía dirigir en Madrid el primero de los tres conciertos que la Orquesta Nacional de España tenía programados para este fin de semana, sustituyendo in extremis a Sergio Alapont, quien tuvo que cancelar a última hora debido a una enfermedad. El problema es que, aparte de las dos obras ‘de gran repertorio’ programadas Concierto para piano n.21 y Sinfonía n.40 de Mozart el programa incluía dos obras de reciente creación, firmadas ambas por el pianista y también compositor Fazil Say -también solista del concierto- a las que Pehlivanian ha debido enfrentarse, por decirlo de algún modo, ‘a cuerpo gentil’. Conocida es la larga y fructífera relación de Pehlivanian con la ONE, formación con la que ha mantenido un intenso contacto en los últimos años y con la que ha realizado diversas grabaciones discográficas; pero aceptar sin que le tiemble la batuta un reto semejante pone de manifiesto la seguridad profesional y el gran coraje del director de origen armenio, a quien deseamos la máxima de las fortunas y el mayor de los éxitos en tan excitante compromiso. (Continúa en el artículo)
vía La gran hazaña de George Pehlivanian | El arte de la fuga – la mejor música clásica.
Adriana Tanus: Una hazaña, una insensatez, un bolo? La otra pregunta seria, que interes tiene dirigir cuando no hay un trabajo de interpretacion detras? Desconozco el concierto de Say, pero un Mozart perfectamente lo podian tocar con el concertino. Pero la figura del director se convierte en imprescindible en el siglo XXI
No puedo estar más de acuerdo con la pertinencia de tu última pregunta, Adriana. Evidentemente, por los resultados descritos en el artículo, hay que pensar que la orquesta tocó prácticamente igual que si no hubiera habido director, tanto en Mozart como en Say, aunque sin las ventajas de la concertación que el director aporta en entradas difíciles. Y si pudo salir airosa puede querer decir, entre otras varias implicaciones, o bien que ya habían sido antes dirigidos por Pelhivanian en parte en ese repetorio –parece sugerirlo el artículo– o bien que no le hacía falta director alguno para ello. Ya ves que al menos para esta orquesta en este apresurado contexto la figura del director no es imprescindible aunque estemos en el siglo XXI. Lo que, por supuesto, no desmerece un ápice la labor que Pehlivanian realiza en aquellas obras donde sí es completamente imprescindible. Las obras de Say deben de ser muy inteligibles a primera vista incluso, lo que facilitaría la posibilidad de comprender su estructura, sentido y significado, ventajas que no habrían podido darse con una producción sonora que hubiera requerido de varios días ya sólo para descifrar su notación e implicaciones, por no hablar de las muchas veces crípticas y complejas pretensiones de algunos compositores, lo que requiere un curso acelerado del compositor al director acerca de la estructura, sentido y significado de esa propia obra e incluso a veces de la notación. Podemos declarar pues que hubo suerte. En cualquier caso, es interesante señalar que cuanto menos juzgable por el público sea una obra –por no compartir ésta su lenguaje con aquél, por ejemplo– más fácilmente dirigible a primera vista podrá ser, puesto que los errores y las costuras de las que habla Reverter en el artículo tienden a ser imperceptibles. Y viceversa, como se ve que ocurrió con Mozart en este caso según el mismo crítico.