«Una buena y bienintencionada amiga contesta en fb a mi anterior entrada que las religiones son una realidad con la que convivir y que si unificamos emocional y espiritualmente nuestras mentes entenderemos mas y resolveremos mejor; que debemos ver a cada individuo en sí mismo, al margen de las diversas máscaras sociales, y dejar que actúe nuestra intuición para esa convivencia; y que comprender el mundo no es fácil y transformarlo depende solo de uno y nada mas que del interior. Como idea poética está muy bien, pero la poesía no siempre se ajusta a la realidad.
Yo no permito en mi casa que la gente se comporte como desee sino siguiendo mis propias reglas lógicas perfectamente estipuladas y justificadas en cosas racionales, especialmente cuando la gente que viene sabe que yo no permito otra cosa que no sea racional o especialmente cuando no han sido invitados. Esa gente no puede esperar que sabiendo que existen mis reglas las cambie por sus reglas IRRACIONALES. Ésos son los dos puntos, «donde fueres haz lo que vieres», y el que para mí es fundamental, lo racional no puede ser sustituído por lo irracional. Cuando Zapatero hablaba del diálogo entre civilizaciones me daba la risa floja, porque he tenido que estar gran parte de mi vida relacionado con Oriente Próximo y conozco cómo piensa allí la gente religiosa. Para dialogar hacen falta al menos dos y que ***sepan dialogar***, que es una operación regida por las leyes de la lógica. Cuando alguien pide respeto para sus irracionalidades y no respeta tus racionalidades en tu propia casa es que no te está pidiendo más que el que le dejes tomar tu propia casa en nombre de sus irracionalidades. Y yo no cedo el mundo a lo irracional, porque lo racional actual nos ha costado infinitos sacrificios, dolores, desesperaciones, muertes y barbaridades sin cuento como para ahora cederlo a unos charlatanes. El respeto se gana, no se supone. Las personas son las que son respetables, no las ideas. Las ideas son correctas o incorrectas y deben ser sometidas al escrutinio y juicio analítico de la razón. La mejor es la que ha de prevalecer y de ese modo la civilización progresa.
Nadie dice que el problema de la religión no sea una realidad. Lo que juzgamos aquí es el tipo de realidad y si hay que convivir con ella, por ser correcta o beneficiosa, o combatirla, por ser incorrecta o perjudicial. Por poner un ejemplo extremo, para que se entienda mejor el perfil de la idea, también tenemos que convivir diariamente con las heces y sin embargo les damos un sitio adecuado. Las religiones son una rémora, un malhadado subproducto del pasado cuando no existía algo que nos permitiera conocer evidencial y contrastivamente el universo. Hoy no hacen falta, salvo quizá para aquellas personas que tienen taras emocionales que les han sido inculcadas desde que son pequeñas y que por su propia naturaleza débil no pueden vencer –y estoy dispuesto a debatir esto con toda tranquilidad en un debate académico, con ciencia de por medio, con quien lo desee–. Pero esas personas, las religiosas irracionales, son las que tienen que aprender a convivir con las que construyen civilización, no con las que la destruyen, como lo hacen las religiones, por su propia naturaleza inmovilista. Son ellos los que han de integrarse en la racionalidad, no nosotros en la irracionalidad. Ambas no pueden convivir para trabajar juntas, es obviamente imposible. Con la irracionalidad no se progresa, con la racionalidad sí.
En nuestros días –y desde el más remoto pasado– las religiones sólo son como enfermedades sociales que los políticos y financieros usan para manipular parte del mundo. La mayoría de las guerras más bárbaras y cruentas han sido debidas a las religiones. Y se siguen usando para lo mismo de siempre, como podemos ver triste y diariamente. Estoy de acuerdo en que para cambiar el mundo hay que comprenderlo –y ése es uno de mis lemas–, pero si quieres unificar algo debes hacerlo hacia mejor, y tu interlocutor ha de avenirse al diálogo, no simplemente a que le aceptes cambiar tu vida por mor de sus ideas patentemente equivocadas.
Gente buena la hay en todas partes, pero para ser una buena persona no hace falta la religión. Al contrario, suele ser perjudicial para serlo, porque la mayoría de los religiosos actúan por temores a diversos infiernos y no por convicciones éticas basadas en cuestiones racionales.» [Agustín Barahona]
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