«A los 16 años me había dado ya cuenta de las infinitas cosas que existían en mí que eran Música, fuente inagotable de Misterio por la profundidad insondable a que conducían aquellos caminos, pero no sabía a lo que me enfrentaba… y quería saber, porque sobre todo quería poder tener un medio para comunicar aquellas maravillas a mis semejantes y el no poder no sólo me aislaba sino que me desesperaba. Para mí la Música por entonces era entendida y vivida como un Modelo Conceptual del Universo que era capaz de despertar su sentido y la percepción de la Belleza –que obviamente están en nosotros, como una sola realidad– en cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad y se dejara impactar por el arcano. Pero yo no sabía cómo poder explicar estas cosas que sentía, era muy joven e inexperto –sólo un poco más que ahora–. Por ello la Filosofía, especialmente la clásica, fue una herramienta poderosa para mí que me llevó progresivamente a comprender qué era lo que ya conocía al poder darle nombre, con todo lo que ello conlleva. Paladeé cada pensamiento y reflexión que la depositaría del tiempo había ya puesto en el cauce del río de la vida, profundizando en cada uno de ellos hasta encontrarlos donde eran míos para poder constituírlos en conciencia que pudiera apelar a la conciencia de los demás. Y en ello sigo desde entonces. En Música, como en la Vida, el fin no es estudiar los fenómenos sino aquello universal que los produce en su diversidad, aunque es difícil poder encontrar el Ser a través de sus Sombras.» [Agustin Barahona]
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