Estereotipia y belleza social
Hace tiempo alguien me pidió un resumen de mis reflexiones acerca de este tema. Debido a su recurrencia, interés general e integración en las bases del Arte (que forma parte inseparable de mi vida), me gustaría compartir ahora lo que le contesté y suelo contestar. Es un tema muy complejo, por lo que puede que mi síntesis provisional sea muy densa, y además no pretendo ser exhaustivo, porque soy consciente de que es un tema abierto constantemente al estudio y la profundización.
Entiendo que no existe un solo tipo de belleza, sino muchos, además de diversos estratos de percepción de la misma. Puede resumirse que lo que se considera socialmente bello consiste en la tendencia polarizada a determinados factores comunes de aquellos estereotipos estadísticamente más concurrentes en preferencia social en un momento dado. Además, funciona como las limaduras de hierro en torno a un campo magnético, donde su distribución nunca es caótica sino que sigue un determinado orden. En general puede predecirse que, por ejemplo, un rostro será considerado más bello cuanto más se aproximen sus proporciones y características a esas polarizaciones de factores presentes en determinados estereotipos de belleza, por lo que si consideramos esa pluralidad de estereotipos debemos siempre tener presente que existen muchas más personas «bellas» de las que en principio podríamos pensar, aunque puede que éstas no se perciban de ese modo a sí mismas. Ocurre muy parecido en el Arte, donde los creadores pueden llegar a veces a ver como de mayor o mejor calidad obras de otros autores, a gran distancia, y ser incapaces de reconocer la valía intrínseca de las propias, perdiéndose muchas veces para siempre, todo ello motivado generalmente en la falsa creencia de que la moda imperante es lo único que puede ser considerado bello o, si se quiere, atractivo socialmente.
Más allá de esta belleza social está la llamada belleza universal, es decir, aquella cuyos valores antropológicos no son estrictamente dependientes de cultura, aunque se plasman a través de ésta. Si a todas estas cuestiones estéticas y filosóficas les unimos todo el factor de la percepción de valores más permanentes, es decir, cuya belleza es menos susceptible de sobrepasar el punto álgido del ciclo de desarrollo que precede al declive regenerador, por tratarse de ciclos de periodo muy largo (dicen que la belleza física o externa es menos importante que la psicológica precísamente por esto), podemos concluir sin temor a equivocarnos que una de las maravillas de la naturaleza, que nos hace seguir vivos como guiados imperceptiblemente por su luz en medio de la noche de dificultades y frustraciones de la vida, es lo Bello en todos nosotros, heraldo de una ingénita necesidad de perfección que nos mueve sin cesar y en la que emulamos al universo más o menos inconscientemente. El Arte tiene por una de sus principales virtudes su capacidad de evocar y apelar en nosotros mismos esa fuerza y llamada ancestral de la belleza inconsciente, esa mágica armonía que nos conmueve desde que tenemos memoria y que nos hace no volver a ser ya nunca más los mismos que éramos antes de consumirnos en su fuego transformador.
Agustín Barahona
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