«En los supuestos debates de televisión o radio pondría tiempo fijo de micrófono y que sólo pudiera abrirlo, dando turnos, un juez que, a su vez, pudiera pedir pruebas de lo que se declare ser cierto o señalar las falacias cometidas pidiendo que no sea tenido en cuenta ni se vuelva a usar el argumento falacioso, y si el debatiente insiste en comportarse falsaria o falaciosamente sea expulsado de la sala. Así al cabo del tiempo fijo concedido todos los discursos sería válidos lógicamente y el micrófono se apagaría automáticamente y nadie podría interrumpir al que está hablando, que es una falta de respeto al que nos están acostumbrando siempre la mayoría de los participantes en esos contextos.» [Agustín Barahona]
Controlan los propios participantes que lo que dice el juez se atiene a las normas aceptadas por todos. Eso implica que todos conocen las normas y cómo hacerlas funcionar –de otro modo sería imposible debatir, lo que pone de manifiesto que no cualquiera sabe debatir igual que no cualquiera sabe jugar al ajedrez–. Y si no están de acuerdo en algo hay un proceso de reclamación. Y si la reclamación prospera a favor del reclamante se declara nulo todo lo decidido como consecuencia de estar viciada la decisión del juez. Pero habitualmente los jueces no son mindundis que actúan subjetivamente sino profesionales de la judicatura y saben lo que se hacen. Además, si el debate no tiene por finalidad examinar ideas para ver cuáles son mejores que otras no tiene ningún sentido que ni siquiera se produzca. Y este sistema ya se usa en muchos sitios funcionando perfectamente. No puede haber censura donde hay normas. Además, es preciso siempre que el juez sea también especialista en aquello que juzga. Si se quiere se pueden hacer las cosas bien. Lo cual prueba que no se quieren hacer bien y que no son lo que parecen ni están para lo que parece.