«Componer para uno mismo en lenguajes no compartidos con el público o incluso negar o despreciar a éste como destinatario no deja de ser un placer onánico y autista. Pero si encima esos resultados se nos intentan imponer en los escenarios mediante la subvención, disimulándolos intercalados entre programas clásicos para obligar al público a sufrir los que no tienen respeto alguno por el público, entonces el placer onánico y autista de éstos se torna en acoso exhibicionista y termina por hacer que cada vez menos público asista a esos conciertos híbridos» [Agustín Barahona]
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