«La respuesta corta debe ser categórica: no.
No lo es ni puede serlo, ya que, estrictamente hablando, la musicología es la ciencia de la música y la musicografía es el estudio de lo que se escribe sobre música. Es decir, la musicología amplía verificable y demostrablemente los conocimientos que sobre cuestiones musicales tiene la humanidad y la musicografía estudia y distribuye lo que –por parte generalmente de musicólogos, pero también de otro tipo de autores– se ha escrito sobre música.
Intentaré resumir contrastivamente esta cuestión para que se entienda mejor.
En determinada medida, tiene, en el mejor de los casos, un cierto, aunque lejano, paralelismo con la relación que existe entre las ciencias y las ingenierías, y de ahí que mucha gente confunda su significado y objetivos, del mismo modo en que socialmente es habitual, por lo que se ve, el confundir en el imaginario colectivo la labor de científicos e ingenieros, lamentablemente.
Es obvio que un científico tiene que conocer lo que en ingeniería va realizándose con el uso de lo que la ciencia descubre, porque el conocimiento de esas posibilidades de que la ingeniería dota a los descubrimientos científicos puede conducir en algunos casos a nuevos descubrimientos científicos. De igual modo, es habitual que el musicólogo estudie lo que el musicógrafo –que, en principio, no hace revisión crítica de fuentes necesariamente y simplemente las cita como elementos de primera mano utilizados en su trabajo– ha publicado sobre determinado tema musical que le interese investigar para ampliar el conocimiento real científico sobre el mismo a partir de las fuentes citadas por el musicógrafo, puesto que el musicólogo tiene la obligación deontológica y profesional de revisar que cada afirmación que sus fuentes hayan hecho es cierta o no podrá utilizarla.
Aunque ambos han de ser necesariamente profesionales de la música, el musicólogo trabaja siempre con fuentes primarias, cosa que para el musicógrafo no es estrictamente necesario, porque su trabajo suele estar más encaminado a explicar, desarrollar, lo que los musicólogos han estudiado previamente o en documentar determinados hechos musicales mediante descripciones y prosopografías adecuadas. Por eso la musicografía tiene socialmente también una connotación más divulgativa.
Precisamente por toda esta serie de circunstancias, puede llegar a darse el caso de que en determinados trabajos sobre música pueda parecer que pueda llegar a confundirse musicología o musicografía o que los trabajos sean de dudosa catalogación. Pero tal ambigüedad en realidad no puede darse en puridad, porque todo trabajo que sea temática y focalmente descubridor, que amplíe real y correctamente el conocimiento que se tenía sobre el tema estudiado antes de que su autor lo abordase, es automáticamente musicológico por excelencia; y, necesaria y complementariamente, por esta misma definición de lo musicológico, todo trabajo que temática y focalmente no amplíe el conocimiento, sino que sólo lo difunda de un modo eficientemente adecuado, pintándolo con palabras, diagramas, imágenes o ilustraciones, facilitando así al máximo su comprensión, es automáticamente musicográfico.» [Agustín Barahona]
«SI NO HUBIERA TENIDO UNA FE ABSOLUTA EN LA ARMONÍA DE LA CREACIÓN NO HUBIERA TRATADO DURANTE TREINTA AÑOS DE EXPRESARLA EN UNA FÓRMULA MATEMÁTICA»
(Einstein; cit. en 1943; Hermanns, Einstein and the Poet: In Search of the Cosmic Man, 1983:61)
«Para expresar lo que con descripciones realistas precisas nos cuesta expresar solemos usar del maravilloso arte en sus variadas expresiones, particularmente a través de la poesía, pero eso no quiere decir que debamos tomarnos al pié de la letra lo que, de haber sido real y completamente expresable, no habría necesitado de ser descrito por la poesía como única escapatoria. La poesía no está hecha para ser tomada como la etiqueta de un inventario, sino para producir una profunda reacción emocional en nuestro interior que nos permita quizá acercarnos un poco más a lo que el artísta necesitaba decir y, sin embargo, no podía.
Por ello precisamente, y atendiendo esta hermosa frase atribuída a Albert Einstein, hemos de tener en cuenta que, por propia definición, no se tiene ni se puede tener fe en lo que se puede observar para analizar y convertir en fórmulas matemáticas. Cuando se habla poéticamente, como hacía Einstein en muchísimos casos –era también artista y gustaba expresarse como tal en público, además de con su violín–, y éste es claramente uno de ellos, se cometen todas las licencias y retruécanos propios de ese modo de expresión. Sin embargo, cuando se habla científicamente es justo lo contrario: sólo puede usarse de las definiciones privativas inambiguables.
El que realmente tiene fe, el que realmente cree, está llenando un hueco con algo inventado, en lugar de investigarlo para completar correctamente el puzle del que forma parte. El significado privativo –que es «propio de» y no se cruza ni comparte con ningún otro– de «creer» ni es cualquier cosa que a uno le apetezca ni algo baladí. Creer es «dar por cierto algo de lo que no se tiene certeza, sin conocerlo directamente o sin que esté comprobado o demostrado». Al llenar el hueco del puzle con algo inventado dejará de percibirse el hueco y se perderá para siempre la posibilidad de ser consciente de que ahí falta una pieza real. Porque, lamentablemente, creer no es ni conjeturar contrastivamente, como se hace en ciencia, ni confiar en que algo que sabemos que funciona de un modo determinado siga funcionando así mientras nada se lo impida. No. El acto de la fe, el creer, es un acto necesariamente irracional, por excelencia o antonomasia.
En resumen, como ya he dicho en muchas ocasiones, a pesar de que como artista pueda a veces intentar usar de la poesía allí donde de momento no me llega la ciencia, como científico uso significados unívocos, lo que me obliga a usar siempre los significados «privativos», que son los que en el cruce de campos semánticos con otros términos, supuestamente equivalentes en alguna medida, quedan fuera de todos los demás. Por tanto, el único significado posible del que puedo –y debemos– estar hablando para el término «creer» en este contexto religioso propio del término es su significado privativo que ya antes he mecionado («dar por cierto algo de lo que no se tiene certeza, sin conocerlo directamente o sin que esté comprobado o demostrado»). Hacerlo de otro modo mezclando y creando anfibologías y enredos semánticos sólo favorece a charlatanes, predicadores, apologistas y políticos, por el propio refrán que dice que «a río revuelto…» Y precisamente por eso, debido a la necesidad artística expresiva de Einstein ha sido manipulado hasta la extenuación.
Para conocer realmente el mundo hay que manejar siempre ideas claras y contrastadas que no puedan ser ambiguadas por conveniencia. Y mientras manejemos el significado privativo de creer no habrá nunca problemas ni confusiones artificiales que permitan a personas deshonestas utilizarlos en provecho propio.»
[Agustín Barahona]
«Cuidado, porque rebañar en el caldero de la historia para despegar de aquel oscuro fondo a personajes cuyo trabajo no reúne ni reunió nunca las condiciones de calidad mínima que la ejemplaridad educativa requiere –y que la historia había descartado por ello con motivo– conseguirá precisamente el efecto contrario al que se pretende.
Efectivamente, el resultado esperable de ese despropósito es que en aquellos colectivos donde más se rebañe aparecerá y quedará, lógica y estadísticamente, más antiejemplar mediocridad educativa a la postre. Y también consecuentemente, esta mediocridad manchará injustamente la reputación de aquellos trabajos del colectivo que la historia había promocionado siempre porque ya ostentaban de por sí la calidad mínima o máxima con que brillaban antes de haberseles sumado forzada y acríticamente esos desechos.
Está claro que de esta injusta intoxicación sólo será responsable esta irracional puesta en marcha de estos absurdos procedimientos para poner al mismo nivel ante los menores lo excelente y lo cutre, es decir, aquello que la historia ya había cribado dejando olvidado con justicia en el fondo de su caldero.
¿Qué va a ser de la formación para la excelencia de nuestros menores con estos heterogéneos, falsarios y perjudiciales contenidos?» [Agustín Barahona]