DEDICADO A LOS INFELICES Y CIENTÍFICAMENTE ANALFABETOS RELIGIOSOS DEL POCO INTELIGENTE «DISEÑOINTELIGENTISMO» QUE INSISTEN INJUSTIFICADAMENTE EN SEGUIR CREYENDO QUE EL ADN ES «UN CÓDIGO LINGÜÍSTICO» QUE TRANSMITE MENSAJES ENTRE COSAS INANIMADAS PARA QUE PUEDAN ÉSTAS TOMAR DECISIONES NO-AUTOMÁTICAS.
Creer que el ADN es un «código» porque los biólogos así lo mencionan metafóricamente es, además de no saber lo que es realmente un código que permite realizar tareas concretas preprogramadas en las que se han puesto de acuerdo emisor y receptor, no saber tampoco lo que es un recurso retórico-estilístico de sentido figurado como la metáfora, como creer que el tiempo es un elemento de la tabla periódica sólo porque decimos que es oro; o que el ánimo puede subir y bajar en vertical sólo porque metafóricamente hablamos de tener el ánimo levantado o hundido; o creer que el coraje es un tipo de arma porque decimos armarnos de coraje; o que nuestro corazón puede ser frío y pétreo o estar en llamas sólo porque a veces mencionamos que está inflamado en llamas o es de piedra; o creer que el dolor es un tipo de herida cicatricial o arma punzante porque decimos que deja cicatrices; o que hay gente verdaderamente pequeña porque Hacienda la tiene bajo la lupa; o creer que hay gente cuyos conocimientos son fotónicos porque nos iluminan con ellos; o creer que el vecino es un robot porque perdió un tornillo. Etc.
Ya he explicado en numerosas ocasiones y también aquí en mi blog que el ADN no es un código sino una patronificación y que el uso metafórico de la referencia al término «código» se debe a que muchas veces no son los especialistas científicos en la nominación adecuada de términos, los lingüistas, los que dan nombre a las cosas, sino que son los científicos de la cosa estudiada los que suelen improvisarles nombres muchas veces muy desafortunados, nombres que una vez que calan en la cultura popular son difícilmente corregibles o redimibles y que obligarán por siempre a tener que estar necesariamente explicando que tras el nombre no hay más que una licencia poética, una mala comparación o el uso inadecuado de un término. Si además le añadimos a estas malas costumbres la costumbre igualmente nefasta de metaforizar en ciencia los nombres, las cosas y las funciones con la falsa creencia de que de ese modo el público comprenderá mejor de lo que hablamos entenderemos por qué muchas veces cosas que deberían ser muy fáciles de entender en ciencia son vistas como verdaderos arcanos –que en absoluto lo son– por mucha gente. Ya decía hace mucho tiempo el filósofo Baruch Spinoza que la mayoría de los problemas del ser humano vienen por no saber dar el nombre correcto a las cosas, como ya mencioné en la referida reflexión de mi blog antes señalada. De hecho con esta actitud tomada erróneamente por didáctica lo que se hace es incurrir en la falacia de la búsqueda de la moneda donde hay más luz y no donde se cayó.
Suponiendo, por cortesía –porque de lo contrario habría que presuponer mala fé–, que se trata de que los diseñointeligentistas ignoran que la expresión «código genético» es siempre una expresión metafórica, es decir, en sentido figurado y no real, pero que se utiliza a menudo porque la analogía es a veces productiva en algunos aspectos pragmáticos, se comprende que al pensar que se trata de un código real, en su sentido lingüístico –para más datos y a juzgar por lo que dicen que es–, puedan intentar argumentar que como todo código es «algo diseñado inteligentemente» la sola existencia del código genético sería una prueba de que existe un diseñador inteligente no-humano detrás del mismo. Sin embargo, no deja de ser llamativo que la inmensa mayoría de los incorrectos argumentos que usan estos religiosos se debe siempre a su vez e invariablemente a usos incorrectos de las palabras.
El significado original del término «código» es un «conjunto de normas legales sistemáticas que regulan unitariamente una materia determinada» y, por extensión, tanto la recopilación sistemática de dichas normas como también las normas de cualquier materia (véase el DLE de la RAE). De aquí derivaron otros significados por los procedimientos lexicológicos habituales, como los identificadores –a partir de las reglas necesarias para determinar legalmente la identidad de alguien mediante caracteres alfanuméricos– y contraseñas y también los significados criptológicos –reglas legales sistemáticas que enmascaran un texto que era directamente legible para que sea ilegible y sólo quienes poseen las reglas originadoras puedan decodificarlo– o los significados lingüístico-gramaticales –donde las reglas representan la morfosintaxis que determina qué oraciones están correctamente formadas a partir de un vocabulario para poder transmitir y después decodificar correctamente los significados oportunos–.
Sin embargo, es obvio que el ADN no es un tipo de código sino, por resumir, un polímero compuesto por unidades químicas llamadas nucleótidos de las que hay cuatro tipos que los seres humanos hemos denominado distintivamente: adenina, guanina, citosina y timina (que es un tipo de uracilo metilado) –aunque a veces puede aparecer en el lugar de la timina uracilo sin metilar a pesar de que el uracilo es más habitual en las cadenas de ARN–. Y las relaciones normativas que se establecen entre estos componentes no son sincrónicamente arbitrarias, como deberían ser en los pretendidos lenguajes de los que habla el diseñointeligentismo, sino que vienen predeterminadas por la naturaleza misma de sus propios componentes y la capacidad e incapacidad en dicha naturaleza de determinadas combinatorias. Por ejemplo, los nucleótidos se atraen químicamente por parejas: la adenina se junta sólo con la timina y la guanina sólo con la citosina y ambas parejas se mantienen unidas por el así llamado puente de hidrógeno. Es decir, que los componentes del ADN no se han puesto de acuerdo entre ellos para usar arbitrariamente códigos con determinados significados, como se requeriría para que pudiéramos hablar de un lenguaje, sino que sus relaciones vienen preestablecidas por leyes químicas –y físicas, ultérrimamente– y por las propias dinámicas extraordinariamente complejas generadas por éstas.
Hay que partir pues del hecho de que ni el ADN ni el ARN son seres sensibles con voluntad para tomar decisiones, sino que son objetos cuyas acciones dependen de relaciones y reacciones químicas que siguen patrones muy concretos y dichas relaciones y reacciones producen que la sola presencia tanto del ADN como del ARN funcione resultativamente como facilitadores o aceleradores de procesos igualmente químicos quedando finalmente ellos mismos igual que como estaban antes de dichos procesos. Y ninguno de ellos ni ninguna de sus partes pueden actuar de otra forma que no sea ésa, es decir, sus movimientos, tanto los químicos como los mecánicos, son totalmente automáticos e invariables ante la presencia de cada patrón. La versatilidad del carbono, con la ingente cantidad de cosas que sus diversas combinaciones pueden hacer, no debe ni puede ser jamás confundida con diseño.
De hecho, la disciplina llamada Morfogénesis, que es la parte de la Biología que estudia cómo se forman y evolucionan los caracteres morfológicos de los seres vivos, tiene en ella implicada siempre a la matemática, no a la lingüística. El famoso Alan Turing, el matemático que fue el padre de la informática, ya en los años 50 del siglo pasado estudió cómo desde la propia matemática podía explicarse a la perfección el desarrollo de las formas como motor en la química. En un artículo muy conocido (The Chemical Basis of Morphogenesis) explicó, mucho antes de que pudiera comprobarse, cómo se podía dar cuenta de cómo se llegaba al desarrollo biológico de determinadas formas, en especial en los procesos morfogenéticos de gradientes que dan origen a los cinco dedos de una mano. No hace mucho, en un artículo titulado Digit patterning is controlled by a Bmp-Sox9-Wnt Turing network modulated by morphogen gradients en la revista científica Science, agosto de 2014, Vol. 345 nº 6196, pg 566-570, se han confirmado como correctos los cálculos y la dirección de los estudios e hipótesis de Turing.»
[Agustín Barahona]
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Véase también QUE NOOO, QUE EL ADN NO ES UN CÓDIGO
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