De cómo es posible que el PP vaya en contra de lo que parecían sus «principios».
El PP sabía, necesariamente, el déficit real, ya que el porcentaje mayor del mismo estaba generado por las autonomías, en cuya mayoría gobernaba desde mayo. Por otra parte, el PSOE, como gobierno, también lo sabía, pero teniendo que sostener ante Europa y el mundo que el déficit era menor –según los criterios del PSOE– y viendo que el PP no declaraba el real a pesar de que lo sabía, sino que decía estar más o menos de acuerdo en las cifras oficiales que el PSOE mismo declaraba –aparentemente por los mismos motivos, es decir, por una no declarada coherencia nacional ante el resto del mundo–, imagino que tenía la esperanza de que el PP fuera a asumir social y continuativamente el engaño del PSOE porque pensaban que igual los dirigentes del PP creían como ellos que declarar el déficit real era un perjuicio nacional que daría al traste con la credibilidad y las empresas españolas (de hecho el PSOE sugirió más de una vez eso mismo amenazadoramente al PP pidiéndoles que había que ser «responsables»). Y hasta es muy posible que en las conversaciones privadas entre gobierno y oposición ése haya sido todo el tiempo el discurso mantenido. Este escenario, según lo entiendo, es el que puede haber mantenido el equilibrio entre los falsarios.
Sin embargo, parece ser que los planes del PP eran muy otros y que tenía pensado desde el principio hacer lo que ahora está haciendo y seguirá haciendo, de lo cual formaba parte fundamental la previa campaña de declaración de que las subidas de impuestos y demás medidas que ya intentaba muy torpemente el PSOE poner en marcha eran un error, habiendo ya pergeñado que esas declaraciones de oposición contrariante les conducirían al éxito en las elecciones y que una vez gobernando les bastaría decir que el PSOE les había engañado para así poder justificar la esquilmación que se iba a continuar acometiendo sobre el grueso de la población. Esto es así porque, probablemente también, el PP sabía que esa imagen aparentemente tan necesaria de credibilidad de los mercados internacionales en España no depende tanto de que podamos demostrar que vamos a cumplir los objetivos del déficit falsificando datos –algo completamente estéril en un mundo como en el que vivimos donde es fácil que todo se sepa– como de que seamos capaces de publicar los datos reales y demostrar que con una política de austeridad y mano (extremadamente) dura –posible con una mayoría absoluta– somos capaces de conseguir «cualquier cosa». Incluso a costa de acabar con logros sociales perfectamente sostenibles mientras se sigue ostentando que los que tienen más dinero como fruto de esquilmar a los demás continúan siendo intocables e intocados, sin aplicar jamás una política de ejemplaridad y proporcionalidad donde quienes tengan que ser solidarios sean los políticos con nosotros y no nosotros con ellos (!).
Manejar datos más o menos reales y demostrar un control salvaje del déficit sí da credibilidad, claro, pero a costa de pedir gratuítamente y sin ninguna garantía de provecho para los ciudadanos españoles que nos inmolemos voluntariamente en no se sabe bien qué altar en beneficio de no se sabe bien qué «santo», mientras los políticos siguen enriqueciéndose a nuestra costa y ante nuestros ojos sin ningún pudor, sin despeinarse siquiera por evitar ostentarlo. Y me da la impresión de que los ciudadanos españoles no estamos muy por la labor de ese tipo de pirosacrificios a lo bonzo en beneficio y favor exclusivo de quienes, merced a un determinado sistema politico y social que no desean cambiar –lo que garantiza la perpetuación de todos estos problemas–, nos han llevado a esta lamentable situación: los políticos.
No sé qué os parece, pero me da la impresión de que, dados los hechos y a la espera del análisis de nuevos datos, la interpretación provisional de los mismos, a día de hoy, puede ir por estos senderos.
Agustín Barahona
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