Recomiendo la lectura de la reflexión de Xavier Pujol sobre los ciberadictos en las salas de conciertos vertida en su artículo titulado «¿Qué hacía esa mujer ahí?»
Destaco: «La cuestión no es saber por qué aquella mujer que estaba dos filas delante mío puso en marcha el móvil justo al principio del Adagietto y se puso tontamente a pasar pantallas. Todo el mundo tiene derecho a empobrecer su vida y renunciar a la belleza del arte. La pregunta es: si Mahler y su Adagietto (y sus vecinos de localidad) le importaban un pimiento. ¿Qué hacía esa mujer ahí? ¿Por qué fue a un concierto que le costó 138 euros si lo que quería era jugar con el móvil? ¡Plaga de ciberadictos!.»
Lo he dicho desde hace lustros, pero lo repito ahora aquí. Debería hacerse en estos casos dos cosas:
1.- Posible: Establecer en el teatro un inhibidor electrónico de móviles que los inutilizara en el ámbito de la sala y que permitiese su uso fuera del teatro para quien no pudiese aguantar el ‘mono’ –los fabricantes de móviles podrían incluso poner algún dispositivo estándar en los mismos, como acuerdo internacional, que facilitara que los inhibidores bloquearan los móviles para que así la gente no tuviera que estar pendiente de ello–.
2.- Obligatorio: Por si acaso algún móvil escapase al efecto del inhibidor –o no los hubiera aún en ese teatro–, tras prohibir manifiesta y públicamente el uso de móviles en la sala bajo pena de expulsión de la misma –incluso con grabación de voz ‘en off’ recordándolo antes de empezar el concierto–, ejecutar la reserva del derecho de admisión expulsando de la sala, mediante ujieres o guardias de seguridad, a la persona que manifieste desprecio por las reglas de la sala y las vulnere.