«La democracia no funciona, no ha funcionado nunca ni puede funcionar; es un problema lógico y ontológico. Como han venido diciendo todos los grandes sabios desde la antigüedad: la suma de ignorancias no da la sabiduría.
La democracia sólo genera la ilusión de que funciona cuando quienes participan coinciden en voto, que es precisamente cuando la democracia sobra, porque el resultado sería igual con o sin ella.
Sólo funcionaría siendo algo distinto a lo que hoy se maneja falsamente como democracia y siendo ésta sólo la etiqueta de un sistema eficaz que en nada se pareciera a ella, volviendo entonces a la situación de que no se estaría ante una democracia, tal y como en nuestros días se entiende, es decir, en un sistema basado en la toma de decisiones bajo el marco legal que lo define mediante los votos indiscriminados de lo ciudadanos, locura que, paradójica y obviamente, en la práctica no se aplica ni se puede aplicar a ningún otro nivel de la vida eficaz civilizada de ninguna empresa humana porque sabemos de antemano que fracasaría, pues poner en manos del número de opiniones ignorantes algo que para su eficacia requiere del conocimiento especializado sería un modo seguro de destruirlo.
El único sistema político votacional que funcionaría sería aquél en que los participantes tuvieran que razonar el voto coram logico iudice modo, cuando fuera necesario por estar ante dilemas o polilemas, del mismo modo en que la verdad de unos hechos se procesa en una sala jurídica, donde por necesidad ontológica se ha de tener en cuenta la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Y en este último caso habría que demostrar primero, para poder tener la libertad real de participar, que no se es un analfabeto a ninguno de los niveles necesarios para tales responsabilidades.
La gente olvida constantemente que quienes inventaron el sistema del voto sabían que no todo el mundo está capacitado para votar, sólo el demos, que conceptualmente era un determinado tipo de calidad demostrada de ciudadano. Hasta que los seres humanos no se den cuenta de esto seguirán engañados siendo títeres de quienes perpetuamente mueven los hilos de este teatrillo de guiñol beneficiándose.
Ojalá algún día podamos vivir en Gnoseocracia con sus cuatro pilares de poderes independientes del estado –Educativo, Legislativo, Ejecutivo y Judicial– que garantizan la justicia y el bien social e individual.» [Agustín Barahona]
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