«Siempre que se puede elegir, es preferible usar la ironía, en cuanto mayor grado de finura inteligible mejor, que el puro y básico sarcasmo.
Sin embargo, no es malo usar el sarcasmo, sino usarlo injustamente.
Dejando de lado la ofensa, que siempre en enjuiciable sólo subjetivamente y por ello no es medible fuera del que se siente ofendido –lo que para algunos puede ser ofensa para otros puede ser halago–, el mal trato que conlleva el sarcasmo sería inadecuado si no fuera para poner didácticamente en evidencia con pocas y contundentes palabras y en defensa propia una situación injusta que de no exponerse así consumiría injustamente mayor energía que la que el asunto requiriese justamente. Por lo tanto, sólo es malo el trato incómodo y duro que se aplica sin justicia.
De hecho, todos los países del mundo civilizado tienen reconocido en sus cartas magnas ese tipo de trato justo y corrector de la autoridad como un castigo acorde y coherente con un mal comportamiento –el mal trato de la cárcel no es agradable para nadie–. Por lo tanto, quien usa el sarcasmo como castigo didáctico lo usa no sólo en legítima defensa cuando es respuesta a un ataque previo sino que lo usa también con justifica y eficacia» [Agustín Barahona]
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