«La religiosidad podría considerarse algo muy respetable, como una opción placebo u opiácea mental que ayude al individuo, siempre y cuando permanezca en el dominio de la intimidad personal. Pero en el momento en que lo sobrepasa, apologéticamente o no, tiene que estar dispuesta a enfrentarse a la realidad del mundo y aceptar con deportividad y cultura las reglas del juego lógico y sociológico. Si no es capaz de asumir honestamente ese compromiso elemental más le vale quedarse en la solitud protegida de la torre de marfil del cerebro personal, donde nada –o casi nada– la dañará.» [Agustín Barahona]
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La hipocresía de los que se declaran como ejemplo de lo que debe ser un no-hipócrita es hipocratizante, es decir, digna de ser llevada a los médicos. Pero cuidado, no todo religioso es evangelizador vocacional. La religión sigue siendo el opio de los pueblos, aquello que los narcotiza para poder sobrevivir cuando el dolor de la realidad es insufrible para ellos.
Véase también:
¿Puede haber verdadera ciencia donde hay verdadera religión?
La «aconfesionalidad» es sólo una treta religiosa.
Lo racional distingue entre lo que sabe y lo que ignora, lo irracional siempre lo confunde.
El Estado protege en el código penal las creencias, pero no la lógica.
¿Cómo se fundamenta la estipulación de un delito contra los sentimientos religiosos?
¿Es inviable un delito contra los sentimientos religiosos?
Los límites de la libertad de expresión.
¿Qué es realmente una blasfemia?
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