«Durante los pasados meses post-electorales se ha estado repitiendo ad nausea, por partidos y medios de comunicación, que los españoles habíamos votado que los post-líticos [sic] se pusieran de acuerdo. Pero nada más falso.
Cualquier español medianamente inteligente y honesto, tras estudiarse detenidamente todos los programas electorales, votó al partido que creía que podía solucionar los problemas de España a partir de lo allí prometido. Y si no votó a otro partido es porque no quería que se realizase ese otro programa electoral del modo en que proponían que se realizase sus autores porque consideraba incompletas, imposibles o erradas sus propuestas.
Por otro lado, cuando se crea un partido se hace porque se entiende que lo que ese partido propone y el medio en que propone que se realice no existe ya. De otro modo sus potenciales votantes no se anexionarían jamás para votar a un partido recién nacido que simplemente fuera un clon de otro en ética, estética, fondos y maneras. Así pues, se supone que cada partido español debería ser diferente a sus competidores en estas cuestiones básicas y esenciales.
Dicho todo esto, a todos deberían quedarnos claras al menos tres cosas:
1.- Que no se debería permitir la unión postelectoral de dos partidos para sumar fuerzas mayoritarias que simplemente otorguen dinero y poder al número en lugar de a una opción política votada obviamente por votantes distintos que deseaban soluciones distintas en su fondo o en su forma, por simple coherencia intelectual. Esa unión es un claro fraude en toda regla, doble además, pues imposibilita a cada uno de los partidos que pueda cumplirse la parte del programa electoral en que esos partidos chocan.
2.- Que si un partido A propone que la solución a 2+2 es 5, otro partido B que 7, otro partido C que 22 y otro partido D que 4, si la ciudadanía no está preparada para reconocer que la solución correcta es 4, y por tanto no hay garantías de que se vote la solución correcta, queda en evidencia que la democracia no puede funcionar y nunca ha funcionado de verdad, pues en su núcleo descansa un monstruo de número ignorante que en cualquier momento puede ser despertado destruyéndolo todo mediante la mostración de su propia imposibilidad de ser. El único sistema posible de gobierno para la humanidad es la gnoseocracia y para ello la educación real debe estar a la cabeza de la civilización, no en las serviles, manipuladas e ignoradas colas donde no moleste –con el desarrollo de herramientas de conocimiento cada vez mejores para saber cómo funciona el mundo y cómo se puede mejorar permitiéndonos la libertad que otorga dicho conocimiento– a los sórdidos propósitos de quienes hoy por hoy gobiernan el mundo desde sus oscuras poltronas económicas.
3.- Que si los programas electorales no suponen herramientas cualitativa y especializadamente distintas que establezcan un contrato electoral cuyo inescrupuloso incumplimiento las leyes debieran penalizar con el más alto de los castigos posibles impidiendo también el fraude de la agrupación numérica de partidos nada de lo anteriormente dicho en esta reflexión tiene importancia alguna porque es todo un teatrillo de guiñol para mantenernos entretenidos con una función de circo de ensoñaciones para imbéciles –en el sentido etimológico del término– que nos impida reaccionar y tomar las riendas de nuestras propias vidas y futuros de un modo inteligente tal como los propios dirigentes reconocen burlescamente que tenemos a través del poder legislativo.» [Agustín Barahona]
El problema real es un sistema que permite ampliamente que esperpentos ilógicos como los que nos afligen a diario puedan suceder. En los juicios donde lo que se juzga es algo que afecta al Estado, por ejemplo, jamás se usa un tribunal popular donde la culpabilidad del reo se establezca por medio de la reunión de ignorancias de los votantes. Incluso en los tribunales populares se requiere de una argumentación demostrativa conforme a norma. Deberíamos todos reflexionar sobre estos axiomas elementales del pensamiento.