«La respuesta corta es no, obviamente. De hecho, opinar igual o no que otra persona es irrelevante en sí mismo para el valor que por ello pueda tener la opinión en sí.
Exclusivamente hablando dentro del mundo de la opinión, lo importante no es opinar distinto, como algunas personas afirman falaciosamente –se suele leer y escuchar esta falacia: «tal o cual persona me odia o no me acepta o no acepta lo que digo por opinar distinto a esa persona»–, sino, indudablemente, «opinar correcto», independientemente incluso de lo que después se entienda como el método más adecuado para conseguir saber qué es lo correcto.
Pero fuera ya del constreñimiento de sólo ceñirnos al mundo de la opinión –en cuanto a valoración no analítica que nos formamos de las cosas, sin garantía de su validez–, mucho mejor que la «opinión correcta» es sin duda el juicio correcto, porque el juicio, como falcultad superior del ser humano, nos garantiza que mediante él estamos contrastando la realidad y podemos demostrarla de modo que no pueda ser negada racionalmente, así como que lo hacemos de un modo inteligente y lógico, lo que nos conduce a la mejor aproximación de lo correcto de la que en cada momento dispondremos.
Olvídense pues, para siempre, del viejo truco de la mal llamada política moderna de si la opinión de alguien se parece o no a la opinión de otra persona y es o no por eso una opinión distinta, pues es obvio que una opinión distinta no vale nada si no es una opinión correcta» [Agustín Barahona]
«En la creación artística, como en el resto de las facetas humanas, no se debe buscar lo original, sino lo eficaz. Además, lo eficaz es siempre original pero non viceversa» [Agustín Barahona]
«No hay problema sociopolítico que podamos plantear que no podamos resolver. Sería muy fácil, con los medios y tecnología de que disponemos actualmente, conseguir un maravilloso mundo maduro sin fronteras, sin nacionalidades, con una sola lengua enriquecida por miles de culturas y sólo intereses comunes basados en el bienestar común y la prosperidad humana, científica, artística y cultural en general.
¿Qué es lo que nos lo impide, pues?
Sencillamente, una visión equivocada e irracional del mundo fruto de una inducida y mantenida falta de formación educacional terrible en valores humanísticos y científicos, en el conocimiento del Ser Humano y el Universo, cosmovisión errada que favorece el que los actuales gobernantes y sistemas de gobierno, que para perpetuarse nos la han impuesto, puedan seguir prosperando aislada, egoista y esquilmantemente a costa de nosotros y que nos mantiene incoherentemente aislados y congelados, aparentemente inánimes, ante el terrible panorama que está ante nuestros ojos que sólo puede llevarnos a la perdición más absoluta. Y lo sabemos.
O reaccionamos o, debido a la patente aceleración de los tiempos que produce el fenómeno, ya sabemos qué horrible futuro cercano nos espera, a pesar de que el maravilloso futuro posible del que hablo está YA al alcance de todas nuestras manos juntas. Ésa es la verdadera tragedia de la Humanidad.
Las utopías –del où-tópos griego, es decir, literalmente, un no-lugar— lo son no porque sean irrealizables –ésas son las quimeras— sino porque en realidad no están en ningún lugar… todavía. El progreso es la concreción de la utopía, decía Oscar Wilde. Cierto. El mundo nuevo y mejor no es un lugar: es un estado de conciencia, fruto de la gran y real formación, que de modo inevitable lo generará.
Muchos trabajamos ya por ello. ¡Trabajemos todos por ello!» [Agustín Barahona]