«Para lograr la participación social eficaz en la verdadera política no hay más remedio que desarrollar previamente –simultáneamente sería muy peligroso, como todo lo que requiere mucho tiempo para madurar y se coge del árbol antes de su momento– una educación profunda y veraz en los fundamentos de la sociedad, la cultura y el ser humano, así como acerca de qué es auténticamente la así llamada democracia –que en realidad ahora no es de ningún modo el concepto así llamado por los antiguos griegos, como algunas personas piensan equivocadamente– y cuáles son sus posibilidades, puesto que cuando se habla de ella la gente piensa siempre como prototipo en las democracias históricas, las que llevan un modificador adjetivo al lado siempre –asamblearias, representativas, parlamentarias, etc.–, pero se olvidan de que conociendo bien de qué se trata aquello de lo que se quiere hablar cuando se usa el denominador «democracia» se pueden desarrollar otras democracias, como de hecho ya ha venido ocurriendo modernamente –y sigue ocurriendo– en algunas partes del mundo.

Pero, y atención a este punto, aunque no hubiera venido ocurriendo no importaría, porque la realidad es que la perfección se basa en poner medios idóneos para conseguir unos fines concretos y cuando los medios puestos hasta ahora no funcionan a pesar de haber sido experimentados en su totalidad quiere decir que los medios son ineficaces –aunque tampoco hay que rascar mucho para evidenciarlo– y hay que crear nuevos dispositivos que permitan obtener mejor –o de verdad– los objetivos. Eso implica fundamentalmente tener claros también los objetivos.

Como puede verse, el problema pasa por una labor generacional de educación de las personas para que aprendan a potenciar su humanidad sensible, a pensar por sí mismas de modo correcto desarrollando herramientas mentales y, en pocas palabras, para que aprendan a ser filósofos a la antigua usanza, es decir, amantes y practicantes del conocimiento integral y vitalmente consecuente –no lo que hoy día se considera filósofo, como imagen social, pues no se trata de divagar ni de vagar sobre la realidad sino de realizar todo coherentemente conforme a unos principios éticos profundamente reflexionados–.

De este modo, gracias a esa formación, los verdaderos estadistas, gente con exquisita y compleja formación especializada preparados para gobernar siguiendo las directrices de los soberanos de la nación, la ciudadanía, contarán siempre con el apoyo de la mayoría de estos ciudadanos, pues esa mayoría podrá evidenciar que lo que proponen los estadistas es lo correcto y a la vez estarán en disposición de juzgar si lo que se ponga en marcha es igualmente lo correcto y si no lo es actuar de inmediato modificando o destituyendo.

No se puede gobernar de espaldas al pueblo, es un sin sentido casi diría ontológico si es que hablamos de gobierno en su sentido real, y la Historia y la lógica nos enseñan que no atender este principio siempre se paga caro. Por ello hay que educar a quien va a tener la responsabilidad de gobernar para que pueda estar preparado para hacerlo bien a través de sus distintas funciones estructurales gubernativas. La política no es algo que se pueda improvisar, como hoy la mayoría del mundo parece creer.

He aquí, en un vertiginoso resumen introductorio, algunas de las cuestiones que considero primordiales para que el mundo pueda tener redención y futuro próspero.» [Agustín Barahona]